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Se llama fosa común al lugar donde se entierran los cadáveres que por diversas razones no tienen sepultura propia. Las fosas comunes han sido, a lo largo de la humanidad, un método muy usado para disponer de los cadáveres de dos o más personas. Empezaron a tener popularidad en el marco del proceso higienista del siglo XVIII, cuando los muertos comenzaron a ser enterrados de manera individualizada no por razones teológicas o religiosas, sino por razones político-sanitarias para evitar enfermedades.[1] Así aparecieron los cementerios en las periferias de las poblaciones, enterrando a los muertos bajo control, alineados, analizados, reducidos y aislados. Aquellos cuerpos que no podían ser enterrados de manera individualizada, lo eran de manera colectiva.[2] Michel Foucault definió las fosas comunes en el marco de ese proceso de la modernización como "lugares heterotópicos"[3].
Las fosas comunes se utilizan en caso de catástrofes naturales y epidemias, cuando existe riesgo de contagios masivos. Durante la época de la peste negra, por ejemplo, se abrieron fosas comunes para contener los cadáveres de los infectados con este mal. Durante la epidemia del COVID-19 en países como Estados Unidos y Brasil se alojaron miles de cuerpos en fosas comunes, como la de Hart Island[4] o en la Amazonia.[5]
En regímenes totalitarios, es a veces el propio ejército el que entierra a sus represaliados por razones ideológicas en fosas anónimas, como ocurrió durante la dictadura franquista[6] o la argentina[7]. Las fosas sin señalizar consiguen de este modo ocultar el resultado de sus atrocidades, pasando inadvertidas durante décadas e impidiendo a los familiares honrar a sus difuntos. Muchas de las que se han encontrado, lo han sido gracias al testimonio de testigos o de arrepentidos. En algunos casos, las fosas son exhumadas[8] y en otros se producen resignificaciones de las mismas, construyendo monumentos.[9]
En algunos pueblos, aún persiste la tradición de contar con una fosa común en los cementerios para enterrar los cadáveres de las personas no identificadas y/o no reclamadas. También era recurrente el uso de fosas comunes para el entierro de personas no católicas en los cementerios de España.[10] Las fosas comunes albergaban bebés no natos, sin bautizar, personas que habían cometido suicidio y que confesaban otras o ninguna religión. En algunos lugares, este tipo de fosas comunes recibe el nombre de hoyanca.[11]